Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las olas de un mar tranquilo.
Una barca de pesca chapoteaba a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz de la comida llamando a la bandada y una multitud de gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida. Comenzaba otro día de ajetreo.
Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, estaba practicando Juan Salvador Gaviota. A treinta metros de altura, bajó sus patas palmeadas, alzó el pico y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil torsión requerida para lograr un vuelo pausado. Aminoró la velocidad hasta que el viento no fue más que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció detenerse allá abajo. Entornó los ojos muy concentrado, contuvo el aliento, forzó aquella torsión un… solo… centímetro… más… Sus plumas se encresparon, perdió sustentación y cayó.
Las gaviotas, como es bien sabido, nunca pierden sustentación, nunca se detienen. Detenerse en medio del vuelo constituye para ellas una vergüenza y un deshonor.
Pero Juan Salvador Gaviota, que sin avergonzarse extendía otra vez las alas en aquella temblorosa y ardua torsión —parando, parando y perdiendo sustentación de nuevo—, no era un ave cualquiera.
La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: cómo ir y volver entre la playa y la comida. Para la mayoría de las gaviotas, lo que importa no es volar, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar.
Richard Bach – Juan Salvador Gaviota
Así comienza un libro que cayó en mis manos casi de casualidad. Hace unos meses nos mudamos de casa y aproveché para recuperar algunas cajas de libros de mis padres que cogían polvo en un trastero. En ellas apareció un librito pequeño, cuyo título me sonaba, pero que nunca había leído: Jonathan Livingston Seagull; o como se llamó en español, Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach. Una noche en la que no sabía qué leer lo abrí sin demasiada fe. Era un libro raro, editado en los años 70, que en sus menos de 100 páginas mezclaba texto y fotos de gaviotas. Muchas fotos de gaviotas. Aún no sé por qué, decidí darle una oportunidad.
Me encontré una especie de cuento, una fábula con cierto aroma New Age, sobre una gaviota inconformista, obsesionada con perseguir su curiosidad y mejorar constantemente. Sobre el precio y la recompensa de perseguir nuestras pasiones. Sobre el amor artesanal a hacer aquello que nos gusta hacer. Pero sobre todo, una fábula sobre cómo nuestros pensamientos y los de los demás limitan nuestro potencial.Todos ellos temas muy de kaizen, ¿verdad?
Es tan corto el libro de Juan Salvador Gaviota que no te voy a contar demasiado, no quiero destripártelo. Sólo te diré que creo que merece la pena leerlo. Este cuento de hadas moderno sobre una gaviota que sólo quiere perfeccionar el arte volar lo escribió un tipo peculiar, un piloto de combate tan enamorado del vuelo como su protagonista. Alguien para quien volar es una forma de vida y que considera la vida como una eterna búsqueda, un aprendizaje constante y un redescubrimiento permanente de lo que la gente sabe, pero ha olvidado. Y que con este libro escribió el que, según he descubierto después, muchosconsideran uno de los textos más inspiradores que existen.
No hay mucho más que pueda contarte sin destrozarlo, pero he querido comenzar con él porque me sirve de introducción para seguir hablando de un tema que dejamos a medias hace unas semanas: nuestro diálogo interior.En el capítulo anterior enfocamos estas conversaciones desde la perspectiva del coaching a través de los ojos de Tim Gallwey, un exitoso autor cuyo libro más conocido es el Juego Interior del Tenis. Para Gallwey, lo que se interpone entre nosotros y nuestro máximo rendimiento es lo que él llama nuestro «yo narrador», esa voz que se cuela en nuestra cabeza cuando estamos haciendo las cosas muy bien o muy mal e intenta racionalizar aquello que hemos aprendido a hacer a través de nuestra experiencia. Para Juan Salvador Gaviota, una parte importante de esas interferencias mentales vienen también de lo que nos dicen o sabemos que piensan los demás. De cómo sentimos la presión de encajar en los patrones sociales.
Pues bien, hoy vamos a hablar de ello desde otra perspectiva: la de un psicólogo y neurocientífico llamado Ethan Kross que se ha dedicado a estudiar cómo reconducir nuestra cháchara interior. De hecho, ha escrito un libro que se llama así —Cháchara o Chatter, en inglés— del que te quiero contar algunas cosas. Un libro, por cierto, que alguien recomendó en uno de los encuentros de la Comunidad kaizen. Y me encantaría decir quién fue y agradecérselo, pero no lo apunté y no consigo recordarlo. Así que fuera quien fuera, sirva en cualquier caso este capítulo de pequeño homenaje.
NOTAS Y ENLACES DEL CAPÍTULO
Mi libro: La realidad no existe
Capítulos relacionados:
- #154 Nuestro diálogo interior (I): tenis, osos polares y monstruos
- #108 En busca de la felicidad (IV): lo opuesto a la soledad
- #104 En busca de la felicidad (III): Cursilerías, Metallica y sandwichitos de Nocilla
- #101 En busca de la felicidad (II): el malquerer, supermodelos y corazones rotos
- #100 En busca de la felicidad (I): Gardel, una rueda de hamsters y la tozuda realidad
Libros recomendados:
- Richard Bach – Jonathan Livingston Seagull (en castellano: Juan Salvador Gaviota)
- Ethan Kross – Chatter (en castellano: Cháchara)
Personas mencionadas:
Películas mencionadas:
Canciones mencionadas:
Enlaces recomendados:
- (TED) Jill Bolte Taylor – Mi fuerte derrame cerebral de lucidez
- ¿Piensas en palabras o en imágenes? Qué es el monólogo interior, cuándo aparece y por qué nos cuesta tanto imaginar cómo piensan los demás
Imagen del capítulo: Foto de Navi en Unsplash
SFX: No Copyright Seagull Sound Effect
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