Mi historia

La recepcionista de la oficina tenía una mezcla de sorpresa, pena y cabreo en su mirada. Se llamaba Maryline y frente a su mesa había un idiota absolutamente empapado, incapaz de comunicarse en francés. El idiota era yo, claro, y estaba dejando un charco de agua del tamaño de un pequeño embalse a sus pies.

Uno no va a París todos los días, así que un par de horas antes me había parecido buena idea dar un paseo mientras llegaba la hora de mi entrevista de trabajo, la que tenía en esa misma oficina. Claro, que también podría haberme molestado en enterarme de que ese día iba a caer el diluvio universal comprimido en 10 minutos.

Pero no lo hice.

Seguramente Maryline tenía razón en lo de idiota.

En otro momento, una situación así me habría puesto nervioso. Entonces, sin embargo, lo viví con resignación. La verdad es que me pareció sólo una anécdota más en lo que por otro lado estaba siendo un año de mierda.

Quién sabe, quizás esa resignación fue la clave.

Unos meses antes había tenido que aceptar un fracaso. El mayor fracaso de mi vida. El de mi empresa, esa que había ayudado a levantar junto a mis socios y a la que había dedicado tres años de esfuerzos y sacrificios. Por el camino me había dejado todos mis ahorros… y hasta a mi novia, harta de mis intentos por sacar aquello adelante. Vamos, que me tocaba dejar de engañarme a mí mismo y rendirme de una vez.

Total, que ahí estaba yo: a punto de cumplir los 30, sin trabajo, sin dinero, sin novia y estropeándole la tarde a la pobre Maryline. Y sin embargo ese día, el del charquito en París, empezó la etapa más alucinante de mi vida.

Han pasado más de cinco años desde entonces. La empresa de aquella entrevista era BlaBlaCar y por algún fenómeno inexplicable acabaron contratándome. Hasta abril de 2019 estuve al frente de su negocio en España, en Portugal y en Alemania. Y sólo puedo decir que fueron años muy locos, maravillosamente locos:

  • Pasamos de ser casi desconocidos a tener millones de usuarios en todo el mundo. 
  • Nos demandan los autobuses y salimos (salgo, glups!) en todos los periódicos
  • Nos invitan a eventos con el Rey, a hablar en el Parlament de Catalunya o a dar charlas TED

Al final va a resultar que soy un tipo con suerte. Porque… ¿qué más puede pedir un curioso compulsivo?

Aquella maravillosa aventura terminó, simplemente porque a veces necesitamos cambios para experimentar cosas nuevas. Y desde junio de 2019 estoy al frente de otra empresa de movilidad: FREE NOW. Un reto que sabía que iba a ser apasionante al unirme y en el que hoy soy Director General para el sur y oeste de Europa.

Y es que mi historia no es la de una carrera bien planificada, sino la de quien vive empeñado en jugar. Lo único que me ha movido ha sido perseguir mi curiosidad: probar, fallar y aprender. Como los niños.

Supongo que lo normal habría sido empezar a contar todo esto por el principio y no por el final, pero qué le vamos a hacer, tengo un cerebro disperso. Aún estamos a tiempo: mi principio fue vivir en una docena de casas diferentes antes de los seis años, siguiendo a mis hippies y artistas padres por media España. Me crié entre adultos, porros, música, libros y cuadros, muchos cuadros.

En aquellos años un ordenador llegó a casa de rebote y me cautivó de inmediato. Había algo que me fascinaba en ser capaz de escribir un comando en el teclado y que la máquina obedeciera. Con el tiempo entendí que aquello era simplemente el principio de mi adicción a entender cómo funcionan las cosas.

Empecé a programar poco después. A los 14 le provoqué un micro-infarto a mi querida profesora de informática del colegio al enseñarle el generador de números de tarjetas de crédito que había hecho en clase. Por lo que fuera no le pareció una buena idea a la señora. Y es que por entonces tuve mi primera conexión a internet. Un internet asalvajado, donde contenidos sobre hacking, piratería y en realidad sobre casi cualquier cosa, campaban a sus anchas, sin control alguno. Aquello fue una mezcla explosiva con mi curiosidad compulsiva. El resultado, además de algún trauma juvenil que espero haber superado, fue abrir los ojos a una transformación que estaba a punto de arrasarlo todo. Y yo quería vivirla de cerca.

Lo que vino después era de esperar: una carrera técnica, un par de amagos de emprendimiento, mis primeros trabajo y, por fin, mi primera empresa… y su consiguiente guantazo, que ya he contado antes. Un paso tras otro, hasta llegar a donde estoy hoy.

Así contado, hasta podría parecer una sucesión lógica. Pero nada de eso: sólo curiosidad y azar. 

A mí es una mezcla que me gusta. 

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