#108 En busca de la felicidad (IV): lo opuesto a la soledad

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“No tenemos una palabra para lo opuesto a la soledad, pero si la tuviéramos, diría que eso es lo que quiero en la vida. Eso que estoy agradecida de haber encontrado en Yale y lo que temo perder cuando me despierte mañana y deje este lugar.

No es exactamente amor y no es exactamente comunidad; es sólo esta sensación de que hay gente, una abundancia de gente, que está junta en todo esto. Que están en tu equipo. Cuando la cuenta está pagada y os quedáis en la mesa. Cuando son las cuatro de la mañana y nadie se va a la cama. Aquella noche con la guitarra. Aquella noche que no logramos recordar. Aquella vez que hicimos, que fuimos, que vimos, que reímos, que sentimos. […]

Esto me asusta. Más que encontrar el trabajo adecuado o la ciudad o la pareja – me asusta perder esta red a la que pertenezco. Ese elusivo, indefinible, contrario a la soledad. Este sentimiento que tengo ahora mismo.

Pero tengamos algo claro: los mejores años de nuestras vidas no están detrás de nosotros. Son parte de nosotros y se van a repetir a medida que crezcamos y nos mudemos a Nueva York y lejos de Nueva York y deseemos haber o no haber vivido en Nueva York. Pienso tener fiestas cuando tenga 30 años. Pienso divertirme cuando sea vieja. Cualquier idea sobre los mejores años viene de clichés, de “deberías”, de “si you huebieras”, de “desearía haber”

Claro que hay cosas que desearíamos haber hecho: nuestros deberes, aquel chico del pasillo de al lado. Somos nuestros peores críticos y nos es fácil decepcionarnos a nosotros mismos. Dormir hasta demasiado tarde. Procrastinar. Tomar atajos. […]

Pero la cosa es que somos todos así. Nadie se despierta cuando quería. Nadie hizo todos sus deberes (excepto, quizás, esos locos que ganan premios). Tenemos estos estándares imposiblemente altos y seguramente nunca estemos a la altura de nuestras fantasías perfectas de nuestros yos futuros. Pero siento que eso está bien.

Somos tan jóvenes. Somos tan jóvenes. Tenemos veintidós años. Tenemos tanto tiempo. Hay esta sensación que tengo a veces, agazapándose en nuestra consciencia colectiva cuando nos acostamos a solas tras una fiesta; o cuando guardamos nuestros libros tras rendirnos – de que de alguna manera es demasiado tarde. De que otros nos llevan ventaja. Más exitosos, más especializados. Más encaminados a salvar el mundo de alguna manera, creando o inventando o mejorando algo. De que es demasiado tarde para empezar un comienzo y que debemos conformarnos con continuar. […]

Lo que tenemos que recordar es que aún podemos hacer cualquier cosa. Aún podemos cambiar de opinión. […]. Somos tan jóvenes. No sólo no podemos, sino que no debemos perder esta sensación de posibilidad, porque al final es todo lo que tenemos.

No tenemos una palabra para lo opuesto a la soledad, pero si la tuviéramos, diría que así es como me siento en Yale. Como me siento ahora. Aquí. Con todos vosotros. Enamorada, impresionada, humilde, asustada. Y no debemos perderlo. […]

Estamos en esto juntos, […] Hagamos que algo suceda en el mundo.

Marina Keegan – The Opposite Of Loneliness

Éstas, o unas parecidas – porque lo he traducido y reinterpretado yo -, son algunas de las palabras que Marina Keegan, una de las grandes promesas de la literatura americana, dedicó a sus compañeros de la universidad de Yale antes de su graduación. Marina, tristemente, moriría apenas 8 días después de publicarlo, en un terrible accidente de tráfico. Sólo tenía 22 años.

Pero más allá de recordarnos lo horriblemente frágil y fugaz que es la vida con su historia, lo cierto es que sus palabras condensan una enorme cantidad de algunos de los aspectos más esenciales de nuestra felicidad. Empezando, por encima de todo, por nuestra necesidad de conectar con otras personas. Y a eso, entre otras cosas, vamos a dedicar el capítulo de hoy.

NOTAS DEL CAPÍTULO

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Enlaces y referencias adicionales:

  • Gráfico de Mihaly Csikszentmihalyi:

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Imagen del capítulo: Photo by Tim Foster on Unsplash