#71 Diseño Vital (II): lecciones de un ladrón de cajas fuertes

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Seguramente, Richard Feynman fue una de las personas más fascinantes del siglo XX. Su legado científico fue enorme en campos en los que el común de los mortales ni siquiera somos capaces de entender el título. Cosas como la física de partículas, los superfluidos o la electrodinámica cuántica. Esta última, de hecho, le hizo ganar el premioNobel en 1965. Fue además uno de los más jóvenes científicos del Proyecto Manhattan: con apenas 24 años se unió a las mentes más brillantes de Estados Unidos en Los Álamos. 

Con el tiempo se convertiría también en uno de los mejores profesores de física que han existido. Su capacidad para traducir conceptos complicados a un lenguaje simple le valió el apodo de “El gran explicador” (The Great Explainer). Así que, se mire por donde se mire, Feynman fue una leyenda de la ciencia.

Pero fue mucho más que eso. Porque, más allá de sus contribuciones, si uno bucea un poco en su vida, descubre una personalidad arrolladora: la de alguien con una curiosidad insaciable y un afán constante por divertirse. Un tipo bromista, a veces puede que incluso demasiado, con una forma muy propia de mirar el mundo. De hecho, una de las lecturas que más he disfrutado en los últimos meses fue su autobiografía, que en castellano se llama: “¿Está usted de broma, Mr. Feynman?”

Por eso, igual que hicimos la temporada pasada con Benjamin Franklin, vamos a intentar sacar algunas lecciones para la vida de Richard Feynman. Y a ver qué sale.

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