#102 Descentralización (II): una casita en Nueva Zelanda

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Uno de los cabos sueltos que dejamos al final de la temporada anterior de kaizen fue el de la descentralización. Te decía entonces que un tema que me obsesiona últimamente es la sensación que tengo de que estamos en una época de transición. Me temo que el verano no ha conseguido que se me pase, hay algunas taras que son persistentes. Qué le vamos a hacer. 

No sé si es cierto que estamos en una época de transición, aunque creo que sí, y tengo claro que de serlo, lo es por muchos factores y de muchas maneras, no de una única. 

Pero como ya hablamos en la temporada pasada, creo que entre los posibles motivos para un cambio radical en nuestra sociedad está el efecto que internet tiene al descentralizar aspectos que han sido tan esenciales para el mundo que conocemos como la comunicación o la educación. Porque, sí, sigue habiendo medios de comunicación y escuelas y universidades, pero también – y cada vez más – miles de pequeños creadores de contenido que informan, entretienen y a veces hasta educan. También sucede, y puede suceder mucho más aún, con las finanzas, con unas consecuencias más profundas que ganar algo de dinero invirtiendo en Bitcoin por ejemplo. De eso iba, precisamente, el capítulo 99 de kaizen, en el que te hablaba de las predicciones de ese libro que tanto influyó a Peter Thiel. Y no sólo a él, sino también a muchos otros. 

En aquel capítulo, dimos los primeros pasos para intentar entender por dónde pueden ir los tiros si la revolución crypto, por ejemplo, acaba triunfando. Te animo a escucharlo antes que éste si no lo has hecho aún, porque, si no, lo mismo te cuesta un poco seguir algunas referencias. 

Sólo a modo de recordatorio, te diré que la esencia de ese capítulo – y en el fondo del libro – es que las naciones estado democráticas que conocemos hoy en día podrían quedarse obsoletas. A medida que la tecnología permite a más porcentaje de la población ganar y controlar su dinero de forma anónima y desde cualquier parte del mundo, habría una especie de cambio en el equilibrio de poder entre los estados y los ciudadanos. Los estados hasta ahora se podían permitir ser poco eficientes y gastar mucho al tener a la mayor parte de sus ciudadanos anclados a su territorio y, por lo tanto, sometidos a sus normas e impuestos. Pero parece que se abre una nueva realidad en la que determinadas profesiones cada vez tienen más fácil trabajar desde cualquier sitio y, además, cobrar de formas que son anónimas y que dejan su dinero a salvo de cualquier tipo de confiscación, robo o impuesto. Y no sólo eso, sino que consiguen capturar una parte de la economía proporcionalmente mayor que el resto. Todo esto vendría a ser el principio de un bucle de realimentación en el que los estados pierdan cada vez más poder y más ingresos, y se vean obligados a competir por atraer a los ciudadanos de mayor valor, que, a su vez, simplemente tratarían a esos estados como proveedores de servicios, eligiendo en cada momento a aquel que mejor se adapte a sus necesidades o creencias. 

Y esto, que para los que se beneficien de ello puede sonar idílico, tiene indudablemente derivadas complicadas. De hecho, se mire como se mire, el libro tiene tintes apocalípticos. Porque a medida que los estados pierden poder e ingresos las cosas empiezan a complicarse.

Al final del capítulo anterior nos quedamos justo al borde del posible colapso que esto traería. Hoy toca ver cómo sucedería, en qué consistiría realmente ser un individuo soberano y qué señales hay en el presente de si vamos – o no – en esa dirección.

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Imagen del capítulo:
Photo by Sophie Turner on Unsplash