Nunca he hecho el más mínimo esfuerzo en disimular que siempre he sido un poco friky. De hecho, tengo tendencia a dejarlo bastante claro. Me crié pegado a ordenadores y consolas de todo tipo y durante muchos años tuve una enorme fascinación por cualquier cosa con pantalla y teclado. La verdad es que prefiero no pensar las horas que he pasado en mi vida embobado frente a cacharros.
Y no sé si es la edad, pero en los últimos años a mi fascinación le he sumado un cierto recelo. Lo que es una mezcla bastante rara, ya lo sé. Y es que me he vuelto más consciente de hasta qué punto la tecnología es un arma de doble filoen nuestras vidas. A medida que hemos ido desarrollando nuevas formas de comunicarnos y de entretenernos ha ido integrándose más en nuestro día a día o, mejor dicho, en nuestro minuto a minuto. Hasta el punto de que ha pasado de ser un apoyo al que acudíamos para obtener información o trabajar, a algo que reclama nuestra atención de manera constante.
Y esto ha sido así a pesar de que las tecnologías que hemos desarrollado hasta ahora son de naturaleza “asistencial”, por así decirlo: es decir, sirve para aumentar nuestras capacidades, pero sólo cuando recurrimos a ellas, sacando nuestro teléfono del bolsillo y abriendo una determinada app para, por ejemplo, encontrar nuestra ruta.
Pero poco a poco nos vamos acercando a escenarios en los que nuestra experiencia de la tecnología es cada vez más inmersiva, es decir, que vivimos en ella. Así dicho, sé que puede sonar a una ida de olla de las mías, y seguramente lo sea, pero si lo piensas por un momento estamos viviendo una explosión de dispositivos cuya función es estar siempre con nosotros y acompañarnos a todos lados de manera casi transparente: los asistentes de voz, los relojes inteligentes, los cascos inalámbricos o lo que hasta ahora han sido intentos fallidos de tener gafas inteligentes. Y un paso más allá asoma la realidad virtual, que podría distanciarnos de la realidad auténtica más de lo que lo hemos estado nunca.
Para mí es indudable que el desarrollo tecnológico que hemos vivido en las últimas décadas alrededor de la informática y las telecomunicaciones tiene más cosas positivas que negativas y nos está permitiendo conseguir logros increíbles como especie. Pero cada vez pienso más que, igual que el automóvil o el avión fueron tecnologías que trajeron muchas cosas positivas y ahora entendemos que su impacto en nuestras sociedades no es sostenible y necesitamos replantearnos su uso; cada vez tengo más la sensación de que nos está empezando a pasar lo mismo con este tipo de tecnologías.
Y hay varios focos, más o menos problemáticos, que podríamos discutir y todos ellos bastante actuales. Seguro que has hablado con alguien sobre la privacidad y el uso de nuestros datos, las cámaras de eco que son las redes sociales o la precarización de algunos sectores con la entrada de determinados modelos de negocio. Pero siendo todos estos temas importantísimos, creo que en cierta medida se escapan de nuestro círculo de influencia individual. Sí, podemos actuar sobre ellos de manera más o menos indirecta a través de nuestros votos o nuestras decisiones como consumidores, pero de manera individual ninguno de nosotros vamos a resolverlos.
Sin embargo, hay otro aspecto que es seguramente menos importante para nuestras sociedades, pero que puede tener un impacto enorme en nuestra calidad de vida y sobre el que tenemos toda la capacidad para actuar: nuestra propia relación con la tecnología.
NOTAS DEL CAPÍTULO:
Libros mencionados:
- Neal Stephenson – Snow Crash (en español)
- Ernest Cline – Ready Player One (en español)
- Nir Eyal – Hooked: How to Build Habit-Forming Products
- Nir Eyal – Indistractible
Enlaces recomendados:
Recursos:
- Fragmento inicial: Os¹ (escena) Her, de la película Her – Spike Jonze
- Photo by Martin Widenka on Unsplash